Cd. Victoria, Tam.- En efecto, ¿cuál de los dos pueblos podría reclamar el derecho de antigüedad en esa complicada geografía del Medio Oriente hoy enfrascada en la más sanguinaria disputa?
En mayo de 1948, al fundarse el moderno estado de Israel, su impulsor y primer mandatario DAVID BEN GURION solía calificar el momento histórico como una restauración del último reino de Judea, aquel que gobernó el legendario SIMÓN BAR KOJBA entre los años 132 y 135 de la era cristiana.
Se remontó nada menos que 18 siglos atrás, cuando la entonces provincia romana se había rebelado para conquistar una pasajera independencia que apenas duró tres años, antes de ser aplastada por las legiones del emperador PUBLIO ELIO ADRIANO.
Buscando prevenir nuevas dificultades con ese pueblo levantisco, ADRIANO adoptó medidas enérgicas, como (1) dispersar a los judíos fuera del territorio, enviándolos de esclavos a otras regiones, la llamada diáspora, (2) borrar del mapa el nombre de Judea para renombrar el territorio con su denominación más antigua de Siria Palestina y (3) modificar el tipo de gobernante regional; ya no sería un procurador (abogado) sino un pretor (comandante militar).
Con dicha remembranza, BEN GURIÓN en 1948 tendría alguna clase de pretexto para reclamar como suya la antigua tierra de Canaán donde (en efecto) habitaron desde el siglo 12 A.C., hasta el citado año de la diáspora, 135 D.C. Al menos eso argumentan los israelíes.
¿Y ANTES?
Solo que la contraparte árabe contraataca remontándose a un tiempo muy anterior, al recordar que cuando los hebreos conquistaron militarmente dicho territorio (1050-2000 AC), ya estaba habitado por comunidades árabes, en 31 pequeños reinos o ciudades-estado.
Esta guerra se cuenta al detalle en el sexto libro de la Biblia, el que lleva por nombre JOSUÉ, porque así se llamó el patriarca que acaudilló la invasión, tras la muerte de MOISÉS. Se puede consultar online en versión Reina-Valera: https://tinyurl.com/ytuoxb7m.
Fue implacable la orden de la divinidad y se cumplió por etapas. En principio, (1) tomar por las armas cada una de las localidades, para luego (2) ahorcar al rey delante de su pueblo y finalmente (3) pasar a espada a toda la población, hombres, mujeres y niños.
La excepción sería el reino de Gibeon cuyo monarca prefirió negociar su apoyo al invasor a cambio de salvar su vida y la de su gente.
Salvo esta excepción, las tropas de JOSUÉ cumplieron de manera estricta el plan genocida, empezando por Jericó, para seguir con Betel, Jerusalén, Hebrón y las demás. Arrasaron con pueblos enteros como los amorreos, hititas y jebuseos, entre otros.
Si algún derecho de antigüedad hubiera que reconocer, sería el de los pueblos árabes, pues ya estaban ahí antes de la conquista y devastación de Canaan.
LUCHA PERPETUA
No es casual que el Antiguo Testamento se observe abarrotado por crónicas de guerra. Judea se construyó sobre las ruinas humeantes de las naciones vencidas.
Los sobrevivientes de esos pueblos arrasados por JOSUÉ se reorganizaron en los confines del valle para hostigar de manera permanente a los judíos. Moabitas, edomitas y amonitas, entre tantos más.
Pero también hubo etapas donde Judea fue sometida por imperios vecinos, como en su momento fueron los babilonios, persas, asirios, griegos y romanos.
Esa dialéctica recurrente entre libertad y cautiverio dejó como marcas distintivas el permanente estado de guerra y la necesidad periódica de un mesías, un salvador, el individuo providencial, mezcla de sumo sacerdote y líder guerrero, que de tiempo en tiempo aparecerá para liberarlos de sus verdugos.
Durante la dominación romana aparece la figura de JESUCRISTO y en un principio los judíos pensaron que sería el nuevo libertador, como tantos que le antecedieron en la historia.
Pronto se decepcionaron. No llenó los requisitos, negaba que su reino fuera de este mundo y jamás se interesó en levantar la espada contra los opresores. Lo suyo era una enseñanza moral.
Muerto JESUCRISTO, la esperanza mesiánica conservaría vivo su fervor hasta la llegada del referido SIMÓN BAR KOJBA, quien sí reunía la doble expectativa popular, de (1) fungir como intermediario con la divinidad y (2) encabezar la guerra de liberación, en este caso contra Roma.
Ello, con el rotundo fracaso arriba mencionado, la masacre de los insurrectos, la disolución del reino, la pérdida de identidad tras el cambio de nombre de la provincia y la diáspora. Todo junto.
LABERINTO ACTUAL
La fundación del estado israelí 18 siglos después tendría bases históricas tan lejanas como endebles. En todo ese tiempo el vecindario árabe había convertido la región en un mosaico de etnias, lenguas y culturas.
Los judíos dicen que la población árabe estaría representada en el estado nacional de Jordania. Solo que los palestinos no se reconocen como jordanos y por ello siguen luchando en defensa de un espacio propio.
Ante una disputa tan antigua como compleja, no hay soluciones fáciles ni posturas tajantes que deban elegir entre los asesinos de una trinchera y los matarifes de otra.
El reclamo árabe tiene en su favor el argumento de que el primer ministro israelí BENJAMÍN NETANYAHU ha violado sistemáticamente los acuerdos de 1948 al estimular la instalación de centros de producción agrícola, proyectos habitacionales y zonas comerciales en territorio palestino.
Peor todavía, todos los intentos por darle base jurídica a dicho reclamo se topan con la indiferencia de las autoridades regionales y la pachorra de las Naciones Unidas.
De aquí la forma hiperviolenta de su ofensiva reciente, aunque la respuesta de la aviación israelí es por igual devastadora. Nada justifica los crímenes contra la población civil.
Quienes ordenan los operativos mortíferos en ambas trincheras están lejos del espacio donde ocurren ejecuciones, atentados y bombardeos. En ambos lados, las víctimas son gente inocente.